Caminante

Alguien, una vez, me dijo que la meta y en lo que consiste la vida está en la felicidad, en llegar a aquello que te llena, que te completa, que te hace feliz. Pero, ¿dónde queda el largo y duro camino, el tiempo invertido, las noches sin dormir y los días sin vivir? ¿Dónde queda todo eso que teje la búsqueda de la felicidad? ¿A dónde va la ilusión diaria de llegar a tu meta? No lo sé. Simplemente desaparece. Y, con ella, lo que te mueve. Cada uno conocemos la felicidad con diferente cara, diferentes ojos, diferente boca... Se tarda en llegar a ella. Y ese tiempo, ese camino es lo que te mantiene viva. Cada noche lo piensas, y lo deseas como interminable. Porque, una vez tienes lo que quieres, ¿dónde está la gracia?, ¿consigues de verdad la felicidad? Como un bebé que busca su sonajero desesperadamente, y un padre cansado se lo ofrece, y al minuto el bebé se ha cansado de él y ya no lo quiere, pero vuelve a intentar, otra vez, sentirlo entre sus manos. A mi me llena luchar por conseguir, no el hecho de conseguir. Cuando lo tienes, lo pierdes todo. Todo. La felicidad la tenemos en el camino, deltante de nuestras narices, pero estáis demasiado ocupados intentando ver qué hay al fondo del pasillo que lo que tenéis a un paso os es invisible.

"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar"

Mirar bien dónde pisáis, la felicidad está en cada paso.

No os hacen falta espejos. Miréis donde miréis, os vais a ver.

A una inmensa mayoría de la gente que caminamos bajo este azul (o gris) le dicen cómo tiene que ser, el modo en el que debe actuar en determinados momentos, la carita que tiene que poner ante una situación. A mí también. Bueno, me lo dijeron. Y entendí que no tiene por qué ser así. Comprendo que sea más fácil amoldarse a una serie de "normas de comportamiento" que nos dicta esta sociedad. Que es más fácil hacer lo que te dicen, obedecer como un perrito que le tiran un palo y corre tras él hasta morderlo, con fuerza. Como si me tiran un árbol, o el bosque entero. Con esto me refiero a que las modas pasajeras o duraderas nos controlan, manejan nuestros hilos y nos gobiernan como quieren. O como nos dejemos. Que si alguien lleva un peinado determinado, pues todos los demás como clones, es lo mejor, así no te comes la cabeza por las mañanas, mirando tu enlegañada cara en el espejo, con qué peinado decorar eso que tienes encima de los hombros. Que es mejor, de verdad. Mismas chaquetas, pantalones, actitudes... Generaciones de soldaditos idénticos que desconocen el significado de "originalidad". Está bien, todo hay que decirlo, tienen la originalidad de hacer (exactamente) lo que el resto de la sociedad hace (o dice). Con lo bueno que es ser uno mismo.

- ¡Hola J!
- ¿J?
- Uish! Perdón, me he confundido.

- ¡Hola J!
- ¿J?
- (¿Se puede saber dónde coño está? Como para saberlo, todos son iguales...)

Bienvenido al mundo real.

¿Autocontrol?

¿Podríamos (de verdad) controlar nuestros impulsos, cuando lo que en ese (irrepetible, único y más tuyo que de nadie) instante lo que queremos es lanzarnos? Es indudable, no podemos. Ciertamente, hay quien tiene ese maravilloso don llamado autocontrol. ¡Vaya! Me vienen a la mente vagas definiciones de esa palabra. No puedo reprimir mis impulsos por más que pase por mi mente esa palabra. Autocontrol. Ya ves, menuda chorrada. Quiero besarte, pues lo hago. Quiero gritar, pues grito. ¿Que quiero saltar?, pues hasta dónde me lleven mi fuerzas. Sin más. Quiero vivir al máximo, hacer todo lo que se me antoje, lo que me pida el cuerpo. A la mierta el autocontrol. No debería existir esa palabra. ¿¡Controlar emociones!? No aniquiles a lo que te hace vivir, a esa parte de ti que te dice cada mañana cuando te asomas por la ventana y ves el sol, o la lluvia, o las nubes: "estás viva y, chica, haz lo que se te venga en gana". Y yo te digo: hazlo ahora. Porque dudo (bastante) que tengas muchas oportunidades en esta vida para hacerlo. Eh, no ignores tus fuertes ganas de comerte el mundo.